Por: Jacobo Montenegro
Era 30 de julio. Cirerol no recordaba bien lo que tenía que celebrar y la libido remontaba por cada una de sus extremidades. Decidió salir a por otra botella. En la esquina, buscó a tientas el grado de alcohol. Pagó con una sonrisa de oreja a oreja y deseó estar en un bar, invitar a todos a otra ronda y dejar propina. No tenía mucho, pero tenía. Recibió comisión de una gira relámpago que hizo por Europa, una gira solitaria y de la C, pero que lo confortó. Trajo fármacos que solo se venden en Europa y que descubrió por una anestesista colombiana afincada en Madrid. Recordó que esa mañana había escuchado una canción de una banda española que le gustaba, una de la B. En una parte de la canción (letras escritas a la manera de Kerouac y también sobre una ruta), lo nombraban a él, un tipo de la C. Y decía: “Ese es el nuevo puto Johnny Cash”. No evitó la sonrisa que lo descubrió entrando de nuevo a su apartamento. Cogió la guitarra y tocó ese inicio tan típico de las canciones de su destino, su yo encarnado, Johnny, un tipo de la A. Tan tan tan tan ta ta tan tan ta-ra-rá. Le avergonzaba reconocer que no sabía mucho de ese cantante, solo una película en la que Joaquin Phoenix hacía de Johnny. Le gustaba esa película. Se alegró al descubrir la ironía de tener un paquete de fármacos con efectos disímiles. Sería un nuevo Johnny Cash. Se tomó, no sabe cuántas pastillas (porque había tomado antes pero no lo recordaba), y se bebió la botella que marcaba cuarenta grados. Ni más, ni menos. Cuarenta. La temperatura era de veintisiete y pensó que era una lástima que no fuera de treinta o, ¡qué carajos!, ya entrados en gastos, de cuarenta. No supo cuánto tiempo había pasado, si era de día o de noche, pero recordó lo que tenía que celebrar: la encarnación de un cantante gringo de hace cuarenta años (no sabía en realidad cuánto tiempo había pasado).
Foto de Andrea Tejada tomada sin permiso de Chilango