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Cota

Por: Sofía Guevara

Por acá la gente tiene que andar corriendo desde temprano, a las 5, que salen a coger el bus para Bogotá y a poner los puesticos de tinto y arepas. Ahí ya se empieza a escuchar el ruido de los carros, el estrés de los trancones.

Ya más tarde, que sale el sol y deja de hacer tanto frío, se despierta el resto del pueblo, los niños corren de acá para allá para llegar temprano al colegio, la gente sale a hacer sus vueltas, a abrir sus tiendas y a empezar su día.

Por acá ha llegado mucha gente nueva, pero también hay muchos que llevan toda la vida en el pueblo, señores y señoras venidos de campo que alcanzaron a hacer sus casitas por acá. Normalmente salen por las mañanas a darse su vuelta y hacer mandados del día a día. En el trayecto, se encuentran con los vecinos, o con los que fueron vecinos hace muchos años, preguntan por amigos que hace años no ven porque se fueron de acá, y recuerdan las cosas que vivieron en otros tiempos, cuando en el pueblo sólo estaban sus casitas y todos se conocían con todos.

A lo largo del día uno se encuentra también a las personas que han llegado en los últimos años, pero que se han dado a conocer porque montaron sus tienditas, porque son los de los carritos de helado o de arroz con leche, o porque se les ve siempre cantando en la iglesia, o porque son de los que salen al parque a bailar o a tocar guitarra o a tomar tinto y a ver a la gente pasar.

Entre semana los días dentro del pueblo son muy tranquilos, ya por la tarde se empiezan a ver los grupos de niños caminando para sus casas o yendo al campus a jugar. Ya un poco más tarde empiezan a llegar las personas que trabajan afuera, los que venimos trancones interminables y de pasar el día en una ciudad tan grande, un mundo completamente diferente, mucho más ruidoso y poco familiar. Llegamos a tratar de descansar, a encontrarnos con la familia y prepararnos para otro día

A pesar del frío, siempre se ve mucho movimiento cuando ya está oscuro, pues salen muchos muchachos, ya más adultos que adolescentes, a recorrer el pueblo en medio de su desparche, juegan, toman, se molestan y acompañan a las estatuas del parque hasta la hora más oscura de la noche.

Ya los fines de semana las calles se llenan, estamos todos los que trabajamos y estudiamos afuera, y, encima, llega gente de Bogotá u otros pueblos de la Sabana a conocer nuestras calles, a caminar por nuestros cerros, a visitar la iglesia o a probar la comida de acá. Asimismo, salen “los artesanos”, hombres y mujeres del pueblo que tienen sus emprendimientos de postres, ropa, manualidades o víveres y reciben con su talento y su trabajo a las personas que llegan a visitar nuestro pueblo.

Y quizá aquí está eso que hace que Cota tenga un ambiente tan especial, tan diferente de otros pueblos que colindan con Bogotá. Por acá ya llegaron los mega conjuntos, la inseguridad propia de ciudades grandes y las industrias. Sin embargo, las raíces del pueblo resisten. Resisten las montañas, con su paz y sus vistas, resiste el resguardo indígena, con sus muestras culturales y sus espacios sagrados, resiste la música, la danza, el verde en las calles y la familiaridad de los encuentros cotidianos.

Imagen creada con https://nightcafe.studio/

Corchete
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