Por: Fabio R. González
4 de agosto de 2023: han pasado cuarenta días y catorce horas, pero aún no se desvanece. No sé si ir a donde un médico deportólogo o a la sexta donde están los curanderos. Todo es un asunto de tiempo, de disparidad temporal, de fútbol, de Millonarios. El Embajador nació en el 46, tiene 77 años y ha ganado 16 ligas: 1949, 1951, 1952, 1953, 1959, 1961, 1962, 1963, 1964, 1972, 1978, 1987, 1988, 2012, 2017 y 2023: años que sucedieron, que ocurrieron, los títulos del Azul indican que fueron periodos de tiempo reales; los otros años, en los que Millonarios no fue campeón, es como si no existieran, periodos de tiempo no comprobables. Estos años además de ser de 365 días son eternos, no solo duran esto, durarán por siempre, como el penal de Larry, en el que el balón pasó, en un segundo, de tocar el cuero del guayo a tocar la red. Larry se paró frente al balón durante 17 o 18 segundos, en el estadio parecieron horas que se sumaron a los cinco años y medio sin adornar el escudo con una nueva estrella. Disculpen que repita, pero todo es un asunto de tiempo, fueron tres años y medio los que se demoró Gamero en salir campeón de liga como técnico del Embajador, fue un trabajo artístico, artesanal, sobre el juego del equipo, lleva años siendo el que mejor juega, pero los tres años y medio se condensaron en el segundo del penal de Larry, fueron absorbidos por este.
Intentaré organizar los tiempos para que se entienda mejor a lo que voy, de lo que sufro. Montero ataja el de ellos. Larry se demora 37 segundos en caminar hasta la bomba y tomar impulso, 17 o 18 en respirar y correr hasta impactar el balón, el balón en llegar a la red, un segundo. El balón llega a la red y se detiene el tiempo en El Campín, en Bogotá, en Colombia, pareciera que siguiera, pero no, yo estuve ahí, en el momento del estallido de las tribunas, la noción de tiempo y, por lo tanto, el tiempo mismo se detuvieron. Es algo parecido a lo que sucede en las películas cuando Quicksilver o Flash se mueven, como si la eternidad estuviese sucediendo en un microsegundo: un “microsegundo” azul, feliz, eterno. Les juró que pasó así, le pueden preguntar a cualquier hincha de Millonarios.
El balón del penal de Larry toca la red, me giro 90 grados y abrazo a mi hermana, me fundo en el abrazo y en el ruido tribunero, en su algarabía —recuerden, es un microsegundo—, nos separamos y grito ¡Somos campeones! ¡Somos campeones! No sé cuántas veces, ya les dije, el tiempo era distinto. Mi garganta ya no puede más: es una señal de que el tiempo debe seguir transcurriendo, de que debo soltar la eternidad, la suelto, vuelvo a mí mismo, me reconozco en los otros, gente con la que me veo cada 8 días desde hace 6 meses. Vuelve a cobrar sentido lo que sucede en la cancha: Millonarios salió campeón. Hay niños y gente corriendo y abrazándose en la gramilla, buscando ser parte de la gloria eterna. Aunque las manecillas de los relojes volvieron a correr y volvimos al tiempo cotidiano, el penal de Larry dejó un efecto que aún hoy permanece, una especie de jet lag de felicidad luego de viajar en una nave espacial. Una felicidad y una ligereza que continuaron cuando fui a comprar los periódicos al otro día y que aún hoy me acompañan, me dijeron que no había cura, que es como un virus que está por todos lados. Han pasado cuarenta días y catorce horas y la alegría no se va, me dicen que es para siempre.
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