Por: David Sáenz
Duermo
Duermo
y muero
a la vez
pero el cansancio no se va,
se queda
en mi espalda
como una joroba que nació
hace dos mil años.
Paso las horas
con los ojos pesados
y la mente ausente;
el paraíso prometido
no ha llegado
el lugar donde podría descansar
es lejano,
es tan solo un sueño
que tuve
con el opio de la imaginación.
Mis días
y mis horas
son robadas.
No queda un minuto
para la contemplación de los volcanes
que incendiarán mi alma.
No queda una hora
para el silencio de la soledad.
No queda un segundo
para sentir el soplo de los dioses
en el aire
que se comunican con nosotros
a través de las palabras de los poetas.
Todo en mí está cansado.
No hay siquiera fuerzas
para empuñar el arma,
ni para saltar de un puente,
ni para tragar un veneno.
Los días del vivo
se van entre papeles
que también están muertos,
porque en ellos
no hay poesía,
ni belleza,
sólo cifras exorbitantes
que sólo podrían excitar
a un contador
de perlas de hierro,
o de segundos
en el infierno.
La lluvia de cuarentena
Veo cómo la lluvia, suave y a la vez muy densa, cae sobre el techo.
Veo las palmeras que se mueven de un lado a otro, como si estuvieran danzando.
Veo la vida. La vida que se manifiesta en medio del pánico por la muerte.
Veo la vida que no termina por el coronavirus.
Veo que el color del cielo se difumina y que pareciera tornarse rojizo, y al mismo tiempo negro, pero también azul y blanco.
Veo que, aunque me resguarde de la lluvia, el viento me alcanza con sus gotas
y me dice que la lluvia está conmigo,
que no estoy solo.
No solamente veo que cae la lluvia,
sino que también miro hacia mi interior.
Es la primera vez que contemplo la noche mientras llueve;
casi siempre paso las noches frente a una pantalla.
Soy un hombre de hoy: solitario.
mecanizado
que no siente la lluvia.
Entro en la trampa
Entro en la trampa: veo tu foto, miro tu imagen una y otra vez.
Veo un retrato que no pensó en nadie,
sino en todos,
en esos que te admirarán,
pero que te olvidarán al segundo.
Todo es instantáneo,
todo es fugaz;
no hay objetos para la contemplación.
Me encuentro con tu rostro,
un rostro que desconozco,
un rostro que no he escuchado.
Tu rostro no esconde el dolor,
la búsqueda,
el desenfreno,
y, en esa efervescencia de la juventud,
la intriga,
el engaño,
el abandono,
el deseo,
la locura
y el enfado por no entender.
Foto de Darya Sannikova tomada de pexels.com