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Mundos íntimos

Desde que lo hice por primera vez, siempre he sentido el mismo vértigo al escribir, un vértigo que está relacionado con hacer público parte del mundo interno. Y es que esa sensación trepidante de comunicar lo íntimo no solo tiene que ver con revelar secretos o profundas y patéticas preocupaciones, sino que está relacionada con, justamente, falsearlos.

El fracaso parece ser el único fin posible en el intento por comunicar eso que es lo más propio y que está oculto. A veces me pregunto si el vértigo tiene que ver, también, con la incapacidad de compartir con el otro ese mundo interno, si nace al saber de antemano que no es posible, que es un acto fallido. La manifestación del deseo es la prueba de la imposibilidad de su cumplimiento.

No obstante, no parece haber otra salida o, bueno, quizá sí, alguna clase de silencio monacal o un grito compartido en un toque de punk, pero no para la editorial de una revista, que es el empeño por reunir y “comunicar” mundos internos. ¿Qué tanto se habrá falseado y revelado en los tres números anteriores? Ustedes dirán. De lo que sí estoy seguro es de que no habíamos tenido un número tan falsamente íntimo como este: ¿qué hay en la cabeza de un maratonista?, ¿cuál sería el epitafio de un profesor de historia?, ¿qué piensa una periodista en la soledad de su moderno apartamento sobre el dolor?, ¿Hitler estuvo en Tunja o eso solo es un asunto de los paranoicos?

Foto de Maria Luiza Melo tomada de pexels.com

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