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#3. La otra muerte de Gardel

Por: Norah Coransky

Queridos amigos de la verdad, uno de nuestros más fervientes lectores, de la ciudad de Medellín, reconocido coleccionista de antigüedades, entre ellas discos, revistas y periódicos, nos envía el siguiente recorte del periódico El Heraldo.

Medellín, 24 de junio de 1971

Mucho se ha dicho sobre la desafortunada muerte del afamado interprete argentino Carlos Gardel, ocurrida hace exactamente 36 años en nuestra querida ciudad y recordad por todos con gran tristeza: que fue una mala pasada del viento por la época del año, que la multitud distrajo a los aviadores, que Carlitos no quería irse de Colombia, que Dios no se resistió las ganas de tenerlo cantando a su lado, que hubo negligencia de los mecánicos o que la CIA andaba buscándolo por los efectos que tenía sobre las clases populares de toda la América Latina.

Sin embargo, recientemente nuestros corresponsales de El Heraldo lograron contactarse con Bertha Julia Gardés Mejía, de treinta y un años, vecina del barrio Buenos Aires coincidencialmente, quien asegura ser hija del famoso cantautor. Cuando entramos a la casa de la señora Gardés, nos muestra uno de los sombreros de copa que pertenecían a su padre y una foto en la que aparece vistiendo este mismo, junto a su madre, la señora Julia Mejía. En la foto, Carlitos aparece con unas cuantas arrugas, por supuesto, y un par de kilos extra en comparación con otras imágenes conocidas del ídolo del tango.

Según nos cuenta la señora Gardés, su padre habría conocido a doña Julia, que trabajaba en la Radiodifusora Nacional, mientras se organizaba la transmisión de una de las presentaciones de Gardel en nuestro país. Naturalmente, el argentino quedó atrapado desde el primer momento por la tradicional belleza antioqueña de la joven Julia, que por entonces contaba con veintiséis años. “Fue amor a primera vista”, evoca Julia hija, con un brillo en la mirada que delata la herencia de sus ancestros, “por eso les pidió a los organizadores de la gira que volvieran a pasar por Medellín luego de su presentación en Bogotá”.

“Mi padre estaba cansado de esa vida tan agitada. Hacía tres películas al año, y seguía haciendo shows por todo el mundo”, dice la señora Gardés. “Él quería tener una familia y disfrutar del fruto de todo lo que había trabajado desde niño”, resalta Julia hija. Justamente, ese es uno de los valores que Julia heredó tanto de su padre como de su madre. Actualmente regenta una mercería que funciona en el primer piso de su casa, la cual fundó con ayuda de la pensión de su madre, fallecida el pasado año de mil novecientos setenta, catorce años después de su padre (1956). 

“El quiso quedarse aquí. Cuando supo el nombre del barrio donde vivía mi madre con mis abuelos, le pareció una señal y compraron este lote”, recuerda la señora Julia. “Hizo un trato con los socios de la discográfica, fue idea de él. Les aseguró que así se iban a vender más sus discos”, dice Julia, y por supuesto que las predicciones de Carlitos fueron ciertas, pues un hombre de su talla artística entendía muy bien como funcionaba el negocio. Según Julia, la discográfica le dio una liquidación simbólica con la que compró el lote del barrio Buenos Aires, donde actualmente está la mercería Por una puntada, y otros dos más en el centro de la ciudad. “Claro que fue todo a nombre de mi madre, porque él todavía no tenía papeles, él sólo los negociaba y luego mi madre firmaba”, aclara Julia.

Carlitos escogió el apellido francés de su padre, Gardés, y su segundo nombre. Algunos de los vecinos del barrio Buenos Aires siguen recordando las alegres conversaciones con don Romualdo, sobre todo por su particular acento. “Los documentos se los ayudaron a conseguir los pilotos, que creo que eran de familias importantes, y también necesitaban solucionar algún lío personal. El avión iba vacío, por eso al final dijeron que los cuerpos se quemaron” declara la señora Gardés con aire de confidencia. “Algunos de los tripulantes se quedaron como sobrevivientes para no generar sospechas”.

“Se dejó la barba y se cambió el corte de pelo para que no lo reconocieran, pero sus ojos siempre tuvieron ese brillo y esa sonrisa no cambió nunca”, cuenta Julia mientras nos muestra una foto más, donde, en efecto, aparece su padre, barbado y sonriente, junto a Julia madre, ambos posando frente a su recién construida casa de la Carrera 30 del barrio Buenos Aires. 

“Se querían mucho, a él le seguía gustando ir a las fondas del centro a practicar sus pasos de milonga, que era muy popular en esa época. Cuando sonaban sus canciones, se las iba susurrando a mi madre al oído y a veces cambiaba la letra para que hablara sobre nuestro barrio”, dice Julia hija, con los ojos relucientes por las lágrimas que se asoman. “Al final de la noche, se sentaban a escuchar la última milonga mientras él se tomaba una copa de brandy y se fumaba el último de sus puchos, que tanto le gustaban”. No por nada la cultura del tango sigue tan viva en el corazón de nuestra amada capital antioqueña. Seguramente fue eso y el sensacional clima primaveral ayudó a que el Morocho del Abasto se terminara de enamorar de estas colinas.

Aunque su padre falleció hace bastante tiempo, la señora Julia continuará preservando la memoria de esos últimos años de su padre, “los más felices y tranquilos de su vida” según él mismo decía, mientras atiende Por una puntada. Después de todo, veinte años no es nada.

Escrito en tinta azul de bolígrafo al reverso del recorte se lee la siguiente nota: En el cementerio de San Pedro hay una tumba con el nombre de Bertha Julia Gardes Mejia (fechas 1936-1998) y otra de Julia Mejia Arango (1909-1970), ninguna de Romualdo Gardés, excepto el monumanto (sic) tumba de Gardel.

Hasta aquí nuestra revelación de hoy queridos lectores. ¿Sorprendidos? Juzguen ustedes.

Imagen suministrada por la autora

Corchete

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