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En qué pienso cuando pienso en correr

Por: Juan Felipe Rivera Pardo 

Salvo Murakami, no recuerdo haber visto a alguien que escribiera sobre correr. Tampoco he leído a Murakami por una cierta repulsión hacia las cosas muy populares. Así que, amparado en mi ignorancia, me decidí a innovar. Incluso quise robar su título, pero mis editores me lo desaconsejaron.

Creo que llevo apenas unos cuatro años corriendo. Ahora estoy a punto de correr mi tercera media maratón. Aún no he hecho una maratón completa, es bastante exigente y me parece que es para personas que tienen mucho en qué pensar y pocas preocupaciones, como Zukerberg, o para atletas de élite que buscan una competencia recreativa más sencilla, como Robben.

Comencé porque le gustaba mucho a alguien que me gustaba mucho, así que supongo que fue una suerte de gusto por asociación. Y paradójicamente, se quedó. Siempre digo que me gustó porque, a comparación de otros deportes, era una práctica bastante económica. Recuerdo, por ejemplo, que en mi adolescencia tuve que dejar de practicar hockey porque todos los equipamientos eran demasiado costosos, apenas pude comprar un par de discos, pero jamás tuve el bastón. El punto muerto llegó cuando ya no me quedaron los patines y eran aún más caros que los guantes o canilleras.

Para correr, en cambio, se necesitan apenas unos zapatos y un camino. Es tan económico que incluso no se necesita de nadie más para practicarlo. Una ventaja respecto a, por ejemplo, el fútbol, que, además de balón y cancha, exige tener un equipo completo; o el ajedrez, que no solo requiere de 32 piezas, un tablero y concentración, sino de un oponente. Aunque en realidad creo que también se quedó porque se ajustaba bastante bien a mi estilo de vida. Cuando salgo a entrenar y veo las personas que también salen a correr, identifico algo en común: personas entrando a la desoladora treintena, donde parece ser más fácil levantarse temprano un domingo que ponerse de acuerdo con alguien, así que resulta siendo preferible correr solo. Además se ve cool, y uno mismo tiene la sensación de que está haciendo algo.

Ahora, creo que lo que me gusta no es solo la sensación de competir conmigo mismo. Es decir, jugar fútbol, por ejemplo, me resulta bastante frustrante, no solo porque uno puede encontrarse con oponentes demasiado superiores que hacen que todo esfuerzo sea inútil, sino porque mis propios errores no solo hacen que yo pierda, sino que pierda todo el equipo completo. Y es algo con lo que, en la vida en general, no me siento cómodo. Corriendo, en cambio, solo soy yo contra mí mismo, solo yo me presiono o me censuro. Algo así es mi cotidianidad a estas alturas, no hay, en realidad, muchos a quienes les resulte relevante la velocidad a la que voy o lo que dejo de hacer, o mi desempeño en cualquier área. Tal vez a medida que envejecemos, la vida nos empuja a esas prácticas aisladas, si no egoístas.

Ahora, lo que me resulta interesante es que se ha convertido en una suerte de meditación solitaria. Hace unos días discutía con un amigo sobre la temporalidad del deporte. Él me decía que, en prácticas como el fútbol, parecía haber momentos en los que no importaba nada más allá del juego, de esa cancha, en ese momento, ahí; y me preguntaba si al correr ocurría lo mismo. Creo que tal vez hay algo que es todo lo contrario. Uno puede simplemente poner el cuerpo en una suerte de curso automático y dejarlo seguir, tal vez acelerando o parando, exigiéndolo o manteniéndolo. Y gracias a eso se puede olvidar de esas preocupaciones como por dónde o a dónde ir, y simplemente darle vuelta a los asuntos más aleatorios en la cabeza. Claro, eso ocurre a la velocidad promedio, si uno va al límite, hasta donde no resiste más, la cabeza ya no está bien, se pierde la claridad, una claridad que tal vez en el día a día nos atormenta e incluso no nos deja dormir. Así, en los kilómetros finales, se deja de pensar en problemas metafísicos y, gracias a la dificultad con la que el oxígeno llega a la cabeza, queda una sola y única preocupación, un único pensamiento, simple y exquisito: llegar conscientes al final de la línea.

Foto de Michael Foster tomada de pexels.com

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