Por: Lorena Piñeros
En la esquina de Av. Belgrano, sobre Balcarce, una cuadra arriba de Paseo Colón, a tres cuadras de Plaza de Mayo y a dos cuadras, cruzando una avenida, de Puerto Madero, a unos metros más del Río de la Plata, comienza la travesía hacia la conquista de la Ciudad de Santa María del Buen Ayre, como la llamó Pedro de Mendoza, la ciudad portuaria más importante del sur de este continente.
Caminar por sus calles empedradas que unen a Monserrat con San Telmo, quizás la zona en donde más se conserva el aire porteño tradicional, y se mezcla con la juventud posmoderna, de estilos únicos y auténticos.
En los días de semana confluye en este barrio los oficinistas con sus abrigos invernales largos, los universitarios con sus chaquetas acolchonadas, las familias con niños en vacaciones de invierno, turistas, pocos, pero siempre hay alguno descubriendo los rincones de esta ciudad.
En los fines de semana, sus calles se llenan de visitantes: algunos se maravillan en su primera vez recorriéndolas, mientras otros, incluso después de su décima visita, siguen alzando la vista para admirar la mezcla arquitectónica española y francesa de uno de los barrios más antiguos de Buenos Aires. Los domingos, el mercado artesanal más importante de la ciudad transforma el lugar en un río de gente, donde avanzar un metro puede tomar cinco minutos, obligándote a detenerte, observar el paisaje, escuchar las conversaciones y sumergirte en la esencia del barrio.
Sus calles están repletas de cafeterías tradicionales, donde el café siempre llega acompañado de dos medialunas de manteca. Pero también han comenzado a surgir cafeterías con un aire moderno, de diseño nórdico, acá el café de especialidad es el protagonista, aunque nunca falta su fiel compañía: las infaltables medialunas o un clásico alfajor de dulce de leche.
Podría ser uno de los barrios con más restaurantes de cooperativas, rincones donde los vecinos no solo van a comer, sino también a ver fútbol de la liga nacional, a compartir con sus nietos y a reír con amigos. Son lugares con alma de comunidad, donde la carta ofrece los platos más argentos: las irresistibles milanesas con puré, la inconfundible pizza de mozzarella con empanadas. Y como en toda Buenos Aires, una parrilla cada dos cuadras, cada una con su propio estilo y encanto.
En la plaza Dorrego, el corazón del barrio, cada noche el tango cobra vida. Un par de bailarines despliega su pista improvisada, mientras en la esquina dejan el sombrero de la propina. Al son de tangos y milongas, derrochan talento y elegancia, cautivando tanto a turistas como a vecinos. Muchos se sientan alrededor, con una cerveza o una copa de vino en mano para alivianar el frío porteño de mitad de año. Es un ritual nocturno donde el tango, la música y la ciudad se funden.
San Telmo fue, en sus inicios, el hogar de las familias patricias de Buenos Aires, que vivían en elegantes casonas coloniales. Sin embargo, la epidemia de fiebre amarilla del siglo XIX marcó un antes y un después en la historia del barrio, obligando a sus antiguos residentes a mudarse al norte de la ciudad. Con su partida, esas grandes casas fueron alquiladas a los inmigrantes europeos que llegaban en masa, buscando un nuevo comienzo. Así nacieron los conventillos, viviendas compartidas donde diferentes culturas, acentos y costumbres se mezclaron, dando forma a la identidad vibrante y diversa que aún hoy define a San Telmo.
Lleva en sus calles la historia de los migrantes que lo habitaron, quienes llegaron en busca de una nueva vida y dejaron su huella en cada rincón. Las antiguas casas chorizo, que alguna vez albergaron a familias enteras, hoy se han transformado en bazares, cafés y restaurantes emblemáticos. Lugares como Atis Bar mantienen viva esa herencia, fusionando tradición y modernidad en sus espacios. Cada fachada y cada patio conservan el eco de aquellos primeros migrantes, haciendo de San Telmo un barrio donde el pasado y el presente conviven. El museo moderno y el Museo Histórico Nacional.
San Pedro Telmo, un barrio con profunda tradición futbolera, no podía quedarse sin su propio equipo. El Club Atlético San Telmo, conocido como el Candombero, es parte de la identidad del barrio y de su gente. Fundado en 1904, ha llevado su pasión por el fútbol a lo largo de los años, con una hinchada fiel que lo sigue, sin importar la categoría en la que juegue, reafirma su historia y su orgullo barrial.
Y, como si todo esto no fuera suficiente, en una de sus esquinas, casi escondido entre el bullicio, hay un gato que parece haber visto más historia que cualquiera. A veces se lo ve dormitando en la vidriera de una librería; otras, se sienta sobre un adoquín soleado, indiferente al paso del tiempo, observando con desdén a turistas y locales por igual, como si él fuera el verdadero guardián de San Telmo.
Imagen de Juan Manuel Perez tomada de pexels.com