Por: Leonardo Garzón
Odio que este texto deba nacer con la frase: “Escuchamos un podcast…” pues la frase aparece como evidencia de una rutina pequeñoburguesa y posmoderna, de un hábito de consumo del que no se puede uno describir por fuera y, por este motivo, la frase parece despertar una vergüenza socarrona y mojigata, aunque pasajera. Puse la frase porque era verdad, porque me sonó sincera, tanto la frase como mi vergüenza al escribirla, eso sí, la sinceridad no siempre es bella, ni siquiera en su simpleza; desligar lo bello de lo bueno parece un ejercicio de esos que siempre quedan a medias.
En fin, el susodicho audio versaba sobre la eutanasia, sobre un hombre ateo, jefe de una editorial, enfermo y que había planeado su muerte. Después de escuchar la historia y sus palabras finales, pensé que yo mismo, podría pensar en mis últimas palabras y en mi propio epitafio. Sin embargo, los pensamientos, que se avecinaron afanosos sobre el tema, eran muchos y difíciles de distinguir uno del otro, así que tuve que ponerlo en un texto.
El primero que llegó y probablemente el más significativo de ellos fue el carácter definitivo de estos textos, este carácter hacia que los criterios para escoger las palabras me parecieran rígidos y hasta peligrosos[1]. Es decir, me preguntaba qué pasaría si me decidiera por esta o aquella palabra y me olvidara de esta otra. Pensé también que después de escrito, el texto tomará su identidad propia, mientras que yo seguía vivo y por tanto, inevitablemente cambiaría, como lo he hecho ya tantas veces. Mis últimas palabras o mi epitafio serían entonces las de alguien diferente, tal vez alguien que ni siquiera me agrade.
En segunda medida, pero en relación con la anterior, concluí que, por lo menos en cuanto a las últimas palabras, estas no se pueden decir antes de que sean las últimas, o sea, que sean las verdaderamente finales. Y así, termine pensando que la juventud y la ilusión de poseer mucho tiempo que esta implica son un obstáculo infranqueable para definir estos menesteres, es difícil escoger las palabras definitivas cuando uno se siente poseedor de tiempo y del cambio que este implica. Toda palabra que escriba ahora será irremediablemente contingente.
Sin embargo, creo que podría construir, por lo menos, un epitafio para el personaje que soy ahora.
La frase tendría que decir de alguna forma que asumo con miedo la oscuridad, que lamento la incertidumbre que en mi es certeza y diría también, que espero que los personas mejoren este mundo en su enorme potencialidad de ser otro. Mejor dicho, ya en la lápida iría más o menos así:
Bajo con el miedo y la esperanza de lo eterno, me voy convencido de que no hice el mundo un lugar peor para vivir y espero en la muerte ser ejemplo de ello.
Ahora, después de escrito lo encuentro sencillo, casi simple, pero creo que la muerte también lo es.
[1] Si hay que decirlo literalmente, las primeras palabras que se me pasaron por la cabeza eran de una solemnidad artificial y ridícula, casi del todo impersonales, como cuando se hacen un homenajes a la vida de alguien a quien no se conoce.
Foto de Ksenia Chernaya tomada de pexels.com